El animita desconocida






Contaba mi difunto abuelo que, en sus años mozos, a su gran amigo y compadre el «Loco Infante» le ocurrió un hecho por demás curioso, con el animita que el pueblo conocía como el «Animita del Desconocido» o «Animita Desconocida». Así se le llamaba al cadáver de una persona cuya identidad se desconocía, ya que nunca se llegó a saber quién era ni de dónde era, pues lo encontraron muerto en el camino que da acceso al pueblo de Tamarindo.
Su compadre —narraba mi abuelo— le llamaban en el pueblo «El Loco Infante» por cariño, debido a su carácter alegre, • despistado y juguetón.
 En una ocasión se tomó unas copas de más en el caserío de Montelima, distante de Tamarindo unos cinco kilómetros. Y ya era bien entrada la noche cuando decide retornar a su casa; para ello debía obligadamente pasar por donde se encontraba el nicho de la «Animita Desconocida», en donde siempre había unas velitas encendidas y las flores frescas no le faltaban debido a que los campesinos del pueblo le atribuían muchos milagros y hechos sobrenaturales, la respetaban mucho. El popular «Loco Infante», cuando se encontraba tomado no entendía de animitas en pena, brujos ni curanderos, no creía en nadie; así que se pone en camino y zigzagueando avanza y avanza, cuando de pronto ya se encontraba frente al nicho del anima desconocida y para comprobarse a sí mismo que no tenía miedo, decide descansar un rato sentado en las banquetas del nicho, quedándose profundamente dormido y entre sueños abraza con fuerza la cruz del mismo. 

Cuando se despierta, ya aclarando el día, decide continuar con su camino; mas, de pron
to, se busca en los bolsillos y se da cuenta que no tenía ni un solo centavo, estaban vacíos y dice para sí: «Yo, ayer tenía varios centavos y ahora no tengo nada, me han robado»; retornando a la posición donde durmió, y como buen hombre de campo decide buscar las huellas de alguien que mientras él hubiese estado dormido le hubiera robado; pero nada de nada, ni un solo rastro, ni huellas de pisadas. Desanimado se dice: «Bueno, ya fui, pues» y decide continuar su camino, mira la cruz del nicho, se persigna y se percata que junto a la cruz había una latita conteniendo varias monedas; entonces, piensa en voz alta: «¡No tengo plata para el «corte»!» y recoge las monedas echándoselas al bolsillo, se planta frente al nicho del animita desconocida y le dice:

—Mira , yo no te conozco ni te he conocido, no sé quién eres tú ... Tú ya no tomas, no bailas, ya no gozas, ¿para qué quieres plata? Yo gozaré por ti.
Y de lo más orondo se va silbando.

Esa noche, el Loco Infante se daba vueltas en su tarima sin poder conciliar el sueño y si apenas lo estaba pescando se despertaba sobresaltado, pues creía ver a un hombre a quien no le distinguía el rostro, que le increpaba la acción que había hecho con el animita desconocida; pero él no le hacía caso y se envalentonaba diciendo que ningún animita lo asustaría.

Amanece y se dirige a trabajar al campo transcurriendo su jornada sin problemas, pero, al llegar la noche, otra vez lo mismo: la falta de sueño y las pesadillas. Así transcurren varios días hasta el extremo que hasta el apetito estaba perdiendo, de tal modo que se estaba consumiendo, mostrándose demacrado y enfermo, tanto por la falta de sueño como por el agotador trabajo agrícola; ya no era el mismo de antes y apenas habían pasado algunos días.
Un buen día, después de «sacar la tarea» en el campo, se sienta bajo un árbol a descansar, cuando se le acerca su compadre y le pregunta si estaba enfermo ya que se le veía muy mal su semblante y casi no hablaba con nadie.
—Todos los compañeros hemos notado que algo malo te pasa, compadre, ¿cuénteme qué le pasa?

El Loco Infante respira hondo y dice:
—Cumpa, me he portado muy mal con el animita desconocida...
—¿La del camino?
—Sí —le dice, y le cuenta todo lo sucedido con lujo de detalles...
Entonces, el buen compadre le recrimina de una manera muy amable:

—Muy mal has hecho, compadrito, a las animitas se les respeta. Usted lo sabe —y le aconseja que vaya nuevamente al nicho del animita desconocida a rezarle y a pedirle que se olvide ya de lo pasado y que lo suelte ya—. ¡Hombre, vaya pronto! Ofrézcale que le mandará a oficiar varias misas y vaya también a confesarse donde el curita a la Iglesia, pero ¡ya!... ¡Ah! y también cómprale unas flores y ve a ponérselas.
Así lo hace y como estaba tan rendido, pues ya tenía varios días sin dormir y ya con la conciencia tranquila después de haberse confesado, aquella noche durmió plácidamente, recuperando poco a poco su acostumbrada manera de ser...

Esta anécdota, que se hizo popular entre los pobladores de la zona, aumentó aún más la devoción y el respeto hacia la animita desconocida, y en cualquier fiesta que se celebra en el pueblo, sea cívica o religiosa, siempre mandan a oficiar misas por el descanso de su alma. Ha transcurrido el tiempo y en el pueblo un buen alcalde mandó a refaccionar el nicho de la animita desconocida, a quien ni la construcción de la nueva carretera asfaltada logró mover de su lugar original, ni le tocaron nada, pues prefirieron hacer un pequeño rodeo con el fin de no molestarla.

Todo esto testimonia la creencia muy arraigada entre la gente del pueblo de que pueden jugarse bromas hasta con los santos, pero con las animitas... ¡ni de vainas!... Mis respetos —dicen— y se persignan.





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